Conflictos familiares con adolescentes, ¿por qué son más habituales?
Antes de reflexionar sobre posibles causas, vaya por delante afirmar que los conflictos entre padres e hijos en esta etapa son necesarios para que los hijos puedan alcanzar su autonomía e independencia personal. Esto redundará asimismo en una identidad y autoestima saludables.
Pese a tener mala fama, los conflictos brindan ocasiones inmejorables de crecimiento y aprendizaje. Es imprescindible que la familia sea flexible, con un nivel de cohesión adecuado y cuya comunicación sea respetuosa, eficaz y sincera.
Son muchas las investigaciones que han centrado su objeto de estudio en las variables que median en la aparición de conflictos. Destacamos:
- Los cambios hormonales, que marcan esta fase del ciclo evolutivo y sus efectos se observan no solo a nivel fisiológico, sino también a nivel emocional. Los continuos cambios de humor en la adolescencia tienen un efecto directo en las relaciones interpersonales.
- Los padres acostumbran a ser más restrictivos y a querer ejercer un mayor control sobre sus hijos a esta edad. Esto coincide y choca con el deseo de una mayor autonomía e independencia de los adolescentes.
- A partir de la adolescencia y en contraposición al pensamiento propio de etapas anteriores, surge el denominado pensamiento formal, de naturaleza abstracta. Este pensamiento permite razonar no solo sobre lo real, sino también sobre lo posible. Estos mecanismos cognitivos posibilitan pensar que el cambio es factible. Es por ello por lo que los adolescentes tienden a mostrarse más críticos con las normas y personas que les obligan a cumplirlas. Emplean para ello argumentos más sólidos y convincentes, que se asemejan a los de los adultos.
- Tiene lugar una etapa psicológica necesaria para alcanzar la autonomía personal asociada a la desidealización de los padres. Durante la infancia, desde la necesidad de seguridad, los hijos idealizan a los padres, a quienes ven como súper padres y con el paso de los años van transformando esa imagen en otra más realista. Esta desidealización va a facilitar el proceso de desvinculación con los padres, que a su vez permitirá la creación de otros vínculos.
- La mayor parte del tiempo, los adolescentes prefieren pasarlo con su grupo de iguales. En este contexto las decisiones son compartidas y se da una relación de igualdad entre los miembros. Es frecuente que quieran trasladar este tipo de relación al seno familiar, en el que muchas veces, esa pérdida de autoridad no es bien aceptada por los padres, pudiendo dar lugar a conflictos frecuentes.
- Asimismo, retirando un poco el foco del adolescente y poniéndolo en los padres, por lo general, la adolescencia de los hijos coincide con la llamada por algunos autores crisis de la mitad de la vida (40-50 años) de los padres. Desde el punto de vista sistémico, es innegable que el comportamiento de cada miembro de la familia tiene una influencia directa en todos los miembros de la misma. Por lo que este momento, que suele caracterizarse por cambios significativos en la vida de un adulto, puede hacer más difícil la relación entre padres e hijos.
Los conflictos son inevitables, pero… ¿Qué podemos hacer cuando parezcan?
- No caigas en provocaciones o en luchas de poder. Te quitarán demasiada energía y no conseguirás tu propósito.
- Evita los sermones o riñas y sustitúyelos por conversaciones con escucha empática y atenta en las que cada uno tenga la posibilidad de ponerse en los zapatos del otro. Es más útil emplear hechos para expresar lo que se quiere transmitir y no discursos, que son vacíos para los adolescentes.
- Propicia el desarrollo de la capacidad del adolescente para participar de forma activa en las decisiones familiares. Además, así, conseguirás favorecer su responsabilidad.
- Establece momentos o rutinas diarias que permitan una comunicación de las cotidianidades del día a día. Por ejemplo: como mínimo, llevar a cabo una de las comidas diarias en familia y sin ningún dispositivo electrónico (móvil, tele,…) que actúe como distractor y obstaculice la comunicación.
- Establece normas y límites claros (si participan los adolescentes en las mismas, mayor será su nivel de compromiso en el cumplimiento). Si hubiera alguna norma innegociable, reconoce que a tu hijo puede no gustarle ni estar de acuerdo con la misma, pero hazle saber que no habrá debate sobre ésta en concreto.
- Si no estás preparado para hablar en un determinado momento y eres consciente de que puedes perder la calma y con ello, los papeles, es mejor posponer la conversación para otro momento en el que te sientas con mayor capacidad de control y serenidad. Si en algún momento llegaras a perder el control, no tengas miedo a pedir disculpas por hacerlo. Le estarás enseñando a asumir errores y a repararlos en caso de que haya generado prejuicios para otros. Eres el modelo de tus hijos.
- Cuando haya que tomar decisiones, es muy conveniente buscar un tiempo y espacio para buscar soluciones consensuadas. Da importancia a la empatía de cada persona y refuerza el respeto por las opiniones, posturas o intereses de cada uno. Recuerda que todas las necesidades e intereses son importantes.
- Busca situaciones en las que podáis compartir actividades de disfrute conjunto.
- Ya hemos visto que ser adolescente no es fácil y muchas veces, su forma de expresar su malestar por los cambios que están viviendo son malas contestaciones, malas caras… No te lo tomes como algo personal. Irá aprendiendo a hacerlo de forma saludable y con tu ayuda, lo hará más rápido.
- Seguramente, habrá muchos comportamientos de tus hijos con los que no estarás de acuerdo e incluso que lleguen a irritarte, pero no te desgastes en riñas continuas referidas a conductas poco relevantes e invierte esa energía en las que sean realmente importantes.
- No caigas en el típico error de intentar poner fin a un conflicto con la estrategia Ganar-Perder, desde la pretensión de que sea tu criterio el que impere sin atender a las necesidades e intereses de los adolescentes. Es muy complejo resolver de forma adecuada un conflicto si no se tienen en consideración a todos los implicados. En este sentido, reconoce y acepta todas las emociones, las tuyas y las de tus hijos.
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